
Mi muy querido, me gusta que convivas amorosamente con los objetos que te corresponden y que sepas cuidarlos sin buscar otros. Me gusta que durante cuarenta años juntos, tus ojos no se acostumbren a un azucarero de
faience provenzal y sigan viéndolo cada día como si fuera el primero. Me gusta tu revolución interior sin muletas circunstanciales.