lunes, 21 de junio de 2010

Al fín y al cabo, Paul Cezanne se movía en el siglo XIX. Era un hombre que andaba, subía y bajaba cuestas, se alimentaba - dulce, grasa y especias - con sencillez, leía con luz de gas, se acostaba pronto y se levantaba al amanecer para aprovechar las buenas luces. Paul Cezanne solía caminar tres horas al día pero no por pasear ni por hacer ejercicio, sencillamente porque se dirigía de un sitio a otro. Gran parte de su vida transcurría al aire libre, bajo sus sombreros de ala ancha su piel estaba curtida por el sol y el mistral.
Paso en estos días una crisis porque pienso que mi laboriosidad y bienintencionado afán de conocimiento me han separado de la inefabilidad de Cezanne que es a donde siempre he querido dirigirme.
Abandono las horas obsesivas de ordenador y libros para volver al siglo XIX. Recupero un régimen de caminatas,viento y lluvia, sol y bancos al sol, rutinas domésticas, queso, salchichón, merengues, sensaciones y miradas. Solo escribo cuando entra la luz por mi ventana.
Reemprendo la única ruta hacia un Cezanne que vive y colea.