domingo, 13 de junio de 2010

Un cuadro oriental en el que se sucede y yuxtapone un muestrario de geometrías, texturas, estampados y colores. Las manos cruzadas inutilmente sobre sí mismas ocupan un centro que el artista ignora cuando se vuelca en el rojo del que cuelga un pompón que transparenta levemente el zócalo. ¿Por qué seguir las leyes occidentales de la perspectiva? la tercera dimensión no existe aquí, no se finge profundidad, no hay aire, la realidad se representa en el lienzo como en la mente. El suelo es tan vertical como las paredes del saloncito de la rue de l'Ouest que ocultan la humedad con un moderno papel estampado. Las líneas no son fronteras para el color, no hay percepción definitiva ni pliegues redondos en el lazo azul. El sillón con sus borlas protagoniza el cuadro, es el trono de una emperatriz china y el catafalco de esa mujer que pudo ser y va muriendo para transformarse gradualmente en un motivo pictórico. El rostro serio y palido recuerda a la primera Hortense pero ya está ausente, perdido entre las formas de una realidad que desconoce y de la que pronto la excluirán para siempre.
Y no volverá la amante con el pelo suelto ni la muchacha que amamanta al hijo, ni la jovencita burguesa y formal que por emular a su suegra desconocieda se viste de gris cuando se acoda desconcertada y paciente en la mesa del comedor de Auvers, o cuando cose entornando sus ojos miopes mientras cae la tarde doméstica. Hortense todavía no sabe que ,aunque un día la casen con él, nunca será familia de Paul Cezanne.

Madame Cezanne con vestido de rayas. Circa 1877. 72 x 56 cm. Museum of Fine Arts. Boston.