sábado, 13 de marzo de 2010

Llevo días persiguiendo a un azucarero blanco con decoración floral en azul, rojo, amarillo y verde. Le conocí acompañado de tres peras, un plato de loza blanco y una jarrita esmaltada de azul noche, en el pequeño bodegón couillard de Cezanne de 1866 que encontré en el museo Granet y he visitado a diario. La pintura está fresca como el primer día esparcida con espátula en toques largos,desiguales y libres, sin gestualidad alguna, en capas espesas, como si fuera nata de colores, los colores mezclados a menudo sobre el mismo lienzo, los contornos inexistentes, las sombras distribuidas de modo aleatorio en un negro básico.
Este mismo cuadro es el que vemos en la pared del salón del Jas de Bouffan, como fondo del retrato que Cezanne le hace ese mismo año a su padre.
El azucarero entra en un nuevo bodegón con manzanas en 1878, y a mediados de los ochenta, vuelve a la palestra tres veces, dos de ellas con otros cacharros recurrentes en los bodegones de Cezanne: un gran bote de aceitunas de barro, esmaltado parcialmente en verde, y la redonda perola de gengibre protegida por una red de cuerda fina. El plato de loza blanca cargado de manzanas, mantiene un equilibrio inestable sobre un paño blanco doblado de mala manera que se deja caer por el frente de la mesa tocinera cuyo cajón está entreabierto, nada se rige por el sentido común, las leyes de composición son inéditas pero funcionan. Hay un tercer bodegón muy próximo en el tiempo, con la misma mesa y con el mismo paño, el azucarero comparte espacio con el pote de gengibre, una cesta de mimbre muy grande llena de fruta , y una chocolatera que podría ser a juego si no fuera tan desproporcionadamente pequeña. La pincelada se ha calmado pero no el espíritu ni la voluntad de crear una realidad en sí más allá de la representación de aquella en la que nos movemos .
En la decada de los noventa, al azucarero y sus compañeros habituales se les une la botella de pastis y una tela azul y negra muy elaborada, todo se amontona en el lateral izquierdo del cuadro y está a punto de caer en vertical perfecta por los bajos. Cezanne adopta espontaneamente las reglas orientales de la perspectiva que solo funcionan en la bidimensionalidad del lienzo sin fingir una tercera dimensión imposible y por tanto engañosa.
Al año siguiente, aparece un azucarero nuevo, completamente blanco y con un rabito enroscado en la tapa. Temíamos la muerte natural de nuestro viejo amigo, pero vuelve glorioso con sus flores y su boliche redondo, en una serie de acuarelas posteriores al 1900, y en un último oleo que se puede fechar entre 1902 y 1906, los años finales del artista. El azucarero está intacto, en agradable conversación con la gengibrera, tres naranjas en el viejo plato blanco, y otras dos naranjas entre los pliegues imposibles de la tela alfombrada en flores vistosas que ocupa ya casi todo el cuadro, no hay referencias externas , no se adivina mesa ni muros, los objetos no responden a una geometría matemática, no hay formula pictórica , Cezanne ha roto las reglas del juego y está llegando a la meta.