lunes, 1 de marzo de 2010

Para encontrar la mirada de Cézanne, he querido empezar por el principio. Ayer a medianoche llegué Aix en Provence. Me alojo en el viejo y céntrico Hotel de France de la calle Espariat, mi ventana da a la placita de los Agustinos, estoy dos pasos del Cours Mirabeau.
Antes de acostarme y para calmar un poco la excitación de verme sola y anónima, en los comienzos de un plan deseado, Atrevete Susana!, salí a dar un paseo. En la plaza de la Rotonda acechaba la estatua en bronce de Cezanne anciano a tamaño natural, natural en una persona alta, que él no era; Iba con sombrero y mochilita como saliendo para una de sus sesiones de paisaje, sur le motif, parecía apabullado por la vegetación polvorienta de unos jardines bastante desangelados, y por la parafernalia de la parada de los autobuses.
Cine Cézanne, Aparcamiento Cézanne, Hotel Cézanne, Café Cezanne, Universidad Cezanne, pastelería Cezanne, librería Cezanne, las señales de tráfico indican como llegar al estudio de Cézanne, o a su casa familiar, el Jas de Bouffan; los mapas que reparte la oficina de turismo, detallan un itinerario Cezanne que entre otras, igualmente banales, incluye paradas en la casa de su hermana Marie y en la de su hermana Rose, indica la última vivienda de su madre, los cafés a los que iban sus amigos más que él mismo, sus escuelas y las iglesias que frecuentaba, el edificio que alojaba la sombrerería del padre o las dos sedes de la posterior banca familiar: "Cezanne y Cabassol". Parece que toda la ciudad ha entrado en una trivial paranoia Cezannesca de la que es dificil levantar cabeza.
Cezanne y yo hemos vivido juntos muchos meses, compartiendo una soledad que nos unía, todo ese exceso me abruma, es raro. Yo que le sentía tan próximo, veo ahora que se escapa entre mis dedos, como una puesta de sol en viaje del colegio, con fondo musical de Wagner desde el autobús.
Creo que solo podré encontrarle y descifrar su mirada , si consigo borrar la artificial y boba desmesura de su huella en esta ciudad encantadora que no quiso ni quiere comprenderle.
Para olvidarte, Paul, me he levantado temprano y he desayunado con gran croissant en el café Belle epoque del Cours Mirabeau; sentada en la terraza, leo La Provence, el periódico local, miro y me miran.
Eché a andar hacia las diez, quería comprobar si es fácil desde el centro, llegar al campo a pie. Es facil, pronto estoy en las afueras de la ciudad rodeada de pinos. La deriva me lleva al estudio de Lauves, donde Cezanne trabajó sus cuatro últimos años. Hay un ventanal de suelo a techo sobre el monte y, en la pared, una balda alta pintada de gris, la misma que, decoración a clé, acabo de instalar en Can Dionis. El estudio tiene encanto y recrea lo que un día fue pero nada es allí cierto, ni los cuadros ni las frutas que aparentemente esperan al maestro, ni los polvorientos abrigos ni las paletas untuosas; todo le perteneció pero nada es ya suyo, ha perdido la cotidianidad y con ella el sentido. En los anaqueles cerrados del estudio han colocado algunos de sus libros favoritos, hay tres tomos de comentarios a Virgilio. Recuerdo Nápoles, los paisajes de Cumas y a Poussin. En el libro de visitas se puede ver, pálida, la firma de Marilyn Monroe: A wonderful visit, tan comentada como el propio taller. Paseo por el jardín, miro la ciudad desde lo alto, hago fotos que me recuerdan sus cuadros, me pierdo en un caminillo de arena y salgo de la maleza frente a una legión de japoneses que rien al verme, me siento en una piedra roja y después me voy, Avenida Cezanne abajo, a comprar lapices y buen papel, por si rompo en artista. Hace sol y cantan los pájaros.