lunes, 5 de abril de 2010

Cezanne nunca mentía y le dijo a Joaquím Gasquet que no conocía la pintura oriental. Su biblioteca contenía dos libritos sobre los artistas japoneses Outamaro y Hokusai pero, según Gasquet, no estaban subrayados ni parecían usados, y no creía que Cezanne los recordara; en todo caso, ambos son artistas japoneses, y estamos hablando de los chinos, porque hay un vínculo espiritual y técnico entre los últimos paisajes de Cezanne y el sanshui , especialmente el del periodo Song. En aquel tiempo, el pintor Kuo hi escribía : "Las rocas constituyen el esqueleto del cielo y de la tierra"; anticipaba la afirmación de Cezanne: "Para pintar bien un paisaje, necesito descubrir antes sus estratos geológicos".
Los chinos y Cezanne, en un deseo de compartir su visión interior, buscaban plasmar lo visible junto a lo invisible. Querían transmitir la sensación que el paisaje produce en el artista y, más allá, necesitaban encontrar aquello que la naturaleza es en sí, cuando nadie la mira. Querían abrir las vías del paisaje hacia la trascendencia.
Como bien dice L.Brion Guerry, en los paisajes chinos y de Cezanne, Las montañas, no obstaculizan la visión sino que incitan a penetrar en el corazón mismo de los elementos,.
Cezanne, limpia la realidad y enfatiza con el pincel sus sensaciones ante la naturaleza, la interacción del paisaje con el espectador. Es conveniente pasear alrededor de la Montaña Sainte Victoire para entender a qué me refiero. La Sainte Victoire es hermosa y cambia de aspecto desde cada punto de mira, pero no es alta; es solitaria, pero se articula en un paisaje grato y mediterraneo. Podría ser trivial, pero no lo es ,transmite fuerza y secreto, es totémica, su sacralidad es evidente para cualquier aixois, para cualquier viajero delicado. Y sin embargo, su poder no reside en sus medidas por lo que es inaprensible a la camara fotográfica ya que su enormidad no es objetiva. Volví de la Provenza con 120 fotos de la montaña y no la reconocí en ninguna de ellas, busqué otra documentación fotográfica y seguí sin reconocerla; mientras que en cada una de las alrededor de setenta imágenes de la Sainte Victoire, pintadas por Cezanne, desde diferentes perspectivas, en distintos periodos de su vida, la montaña está, es ella en su plenitud, se deja ver con naturalidad, despliega con exactitud la emoción que te golpea in situ.
¿Cómo lo consigue Cezanne?. No lo se, pero utiliza un método propio, intuitivo y bastante oriental. En vez de situar sus ojos a nivel de suelo como en la perspectiva clásica - a ras de suelo, con perspectiva de insecto, diría Van Gogh- Cezanne, a la china, se alza, como si pintara encaramado en un taburete alto. Desobedece también con audacia las normas habituales en cuanto a lejanía y tamaño. Aunque la montaña está lejos de las canteras de Bibemus, donde Cezanne se situa para pintar el cuadro que ilustra este texto, su silueta imparte majestuosidad y dominio al paseante; si se le adjudicara en el cuadro un tamaño proporcional a la distancia, se perderían estas sensaciones. Cezanne, nos la echa encima, la enormiza, aunque - fiel en esto al método Patinir-, la tiñe de azul para sugerirnos que no está cerca. El cuadro parece pintado en vertical, de abajo arriba, sin profundidad, el camino serpenteante es el único elemento que añade fondo a la escena, nos adentra en la montaña pero no desvela si al fin la alcanzaremos, si es alcanzable. Cezanne convierte la vegetación y los volúmenes en apuntes esquemáticos, tapemos la imagen, e intentemos recordar el cuadro, solo aparece la montaña desnuda, el pino de la derecha, el camino, la casa distante, un cielo de verano y sucesivas capas de color que sugieren aristas y bosquetes. En la realidad - en la aparente realidad física -, entre el pintor/espectador y la montaña se encuentran bosques, campos de labor y montículos que adquieren protagonismo, ensucian la vista y pueden convertir el paisaje en anecdótico; por la vegetación y la distancia, apenas se atisbaría el tejado de la masía - la bastide - , y la montaña podría confundirse como una colina.
Guardo mis fotos, cierro los ojos, y me imagino en los alrededores de Bibemus, recuerdo la montaña mágica, algún pino antiguo, un camino serpenteante y el cielo que grita AZUL. El olor a romero flota en el sol tibio de Marzo, rojos tardíos del invierno se mezclan con los grises y verdes antiguos de la garriga mediterranea. Mi recuerdo es un Cezanne.

Esta montaña Sainte Victoire está en el museo de l'Hermitage de san Petesburgo, es un lienzo de 78 x 99 cm, Cezanne lo pintó al oleo en 1900.