domingo, 2 de mayo de 2010

Mi cabeza trabaja bastante por libre y se lo agradezco, es más entretenido que tenerla todo al día a mi servicio. Ultimamente, al menor indicio de sopor, me sorprende con imágenes cotidianas de Cezanne en distintos escenarios: Puede aparecer con boina y comiendo conejo en su casa de la Rue Boulegon, o concentrado ante el caballete, con abrigo gris bajo una lluvia fina en el lago de Annecy. A veces se presenta como un niño, muy atildado con lazo de terciopelo negro sobre camisa blanca, pelo espeso y ojos enormes, está llegando a casa de su abuela para ir con ella a misa en La Madeleine. El otro día me sobresaltó un Cezanne de veinte años cuando se tiraba desde una rama al agua del río Arc, le ví caer de pie y con muchos aspavientos. Le puedo pillar en Pontoise, en el mar de La Roche Gouyon con Renoir, o subiendo con fatiga el camino del Tholonet. De repente veo su silueta en una hamaca del Jas de Bouffan con fondo musical de mirlos, o le reconozco de espaldas cuando entra al Café Clement del Cours Mirabeau con Joachim Gasquet.
Lo raro es que nunca mi cabeza errante alborotó duermevelas con una imagen de Paul Cezanne en Paris.
...No me hallo. Me he buscado por las calles y los bares, me he buscado por tugurios y arrabales, me he buscado por doquiera que yo voy, y no me puedo hallar..., cantaba El personal, un grupo mejicano de los ochenta. Así debía sentirse Cezanne en París, y es por eso que a pesar de que vivió y trabajó en la ciudad durante largas estancias y muchos años , nadie le identifica con ella. París no es paisaje para Cezanne, allí no vive ni aprende, no se halla ni le hallan.
Cezanne llega por primera vez a Paris en 1861 y solemos asumir - incluso sus contemporáneos lo hicieron - que a partir de 1885 se recluye en Aix. La verdad es que hasta 1900 Cezanne sigue pasando un mínimo de tres o cuatro meses al año en la capital y sus alrededores, Pero es también cierto que durante esos casi cuarenta años de relaciones, La ciudad Lumiere permanecerá apagada para Cezanne y, a pesar de su proverbial fotogenia, sólo en dos ocasiones le dará “motivos” para retratarla al oleo:
.- La rue des Saules de Montmartre,( 31 x 39 cm.1867/68). Este cuadro se concibe como un regalo a Guillaumin, su colega, que vivía en la última casa de la calle, la que hacía esquina con la Rue Norvins, cerca de Pisarro. Cezanne se trasladaría al barrio años más tarde, pero en aquella época, ocupaba un apartamento próximo a la Bastilla, en el 22 de la Rue Beautreillis, la misma calle, por cierto, en la que vivió y murió - nº 17 - Jim Morrisón en 1971.
.-Paris: Quai de Bercy- El mercado de vinos.(73 x 92 cm.1871/72). Reproduce la vista que encontraba cada día Cezanne al asomarse a su ventana del 44 de la Rue Jussieau, donde vivio desde Diciembre de 1871 hasta que se trasladaron a Pontoise en Abril de 1872. En la rue Jussieau nació su hijo Paul el 4 de Enero de 1872.
Ambos paisajes urbanos tienen mucho en común, comparten un realismo romántico más próximo al Vientre de París de Zola que a los ambientes parisinos de Manet, Fantin La Tour, Monet o Renoir. Dominan en ellos los grises y los negros, los blancos espesos y sucios, los verdes invernales teñidos de humo.
Los paisajes de Cezanne rara vez están habitados pero inquieta ver estos lugares tan bulliciosos completamente vacíos. No resulta natural; Cezanne, el buscador de verdades, nos está mintiendo.
La calle des Saules era uno de los corazones de Montmartre, un barrio al que comenzaba a llegar entonces el alboroto de los artistas que voluntariamente se mezclaban con el ambiente autóctono de esta zona del entonces extrarradio parisino. En Montmartre estaban las vaquerías y los huertos que alimentaban Paris, allí se vivía de cara a la calle.
Y en cuanto al mercado de vinos, sabemos que era un lugar concurrido y ruidoso , permanecía abierto de madrugada y apenas cerraba una hora por la tarde para que pudieran limpiar un poco el pavimento.
Y sin embargo, Cezanne pinta tramoyas vacías y sonámbulas. ¿Por qué miente?.
Quizás porque la inevitable multitud urbana y sus corrillos eran las causas de su extranjería en París; ese movimiento constante, el síndrome de hormiguero hiperactivo y confuso, la falta de raices, el cambio, el desgarro, la agitación, el lío. No mentía Cezanne, buscaba; Intentaba encontrar con su pintura los resquicios del otro lado, espacios mentales en los que pudiera reconocerse y al fín hallarse a sí mismo, en París, en soledad, como en las orillas de cualquier río.