lunes, 15 de marzo de 2010

En algún momento del siglo XIX, el azucarero de Cezanne se cocía en un horno de Moustiers Sainte-Marie, pueblo de montaña , colgado de la sierra de Montdenier, sobre las gargantas del río Verdón y el lago de la Sainte Croix.
Buena arcilla porosa, madera abundante y agua clara en abundancia; desde tiempos medievales, la zona y el pueblo se hicieron famosos por sus talleres de alfarería, pero es a partir del siglo XVII cuando comienza a producirse en Moustiers la cerámica más refinada de Francia, gacias a Pierre y Joseph Clérissy, artesanos de origen italiano que en 1679 montan un horno de leña en el que desarrollan y mejoran la técnica tradicional de su ciudad natal de Faienza. Al introducir el uso moderado del estaño, saben conseguir los blancos más luminosos, que adornan en azul profundo de cobalto con guirnaldas y escenas mitológicas de fino trazo. A su sombra y por su exito comercial, llegan numerosos alfareros al pueblo, se abren más de treinta talleres en diez años, los estilos se diversifican, se amplían los motivos. En 1738, Joseph Olerys, de origen marsellés, se une al horno de su cuñado, Jean Baptiste Laugier, e introduce la policromía en las vajillas y servicios de mesa. Olerys venía de Alcora, España, donde durante ocho años, había trabajado como pintor en la fabrica de porcelana del Conde de Aranda; de Alcora proceden los amarillos de antimonio, el verde de cobre y el violeta de manganeso que se utilizan en Moustiers.
Pero toda moda es efímera, durante el problemático y energético siglo XIX francés, la producción de Moustiers se viene abajo por falta de demanda. Procedentes de Inglaterra,se habían comenzado a instalar en el norte de Francia, factorías con técnicas automáticas de estampado en porcelana. Aunque el producto artesano resultaba entonces más barato que el industrial, ya no interesa. En la biografía sobre Auguste, su padre, Jean Renoir nos relata los inicios del artista como pintor de porcelana en París, y, cómo a mediados de los sesenta, deben cerrar el taller y les echan a la calle. El proceso es el mismo en Provenza, Los azules perfiles de Renoir y sus colegas, han dejado de gustar porque la decoración es ligeramente distinta en cada pieza mientras que las producidas en serie en las fábricas, son lujosamente idénticas.
El último horno de Moustiers cierra sus puertas en 1879. El azucarero de Cezanne es pues la reliquia de un tiempo pasado, una pieza provenzal irremplazable. El artista lo sabe.
Lo que no pudo saber es que en 1927, Marcel de Provence, mecenas y activista del nacionalismo provenzal, consigue que se vuelva a abrir uno de los hornos perdidos de Moustiers . Gracias a su iniciativa, se recupera la tradición y la pericia, el momento ha cambiado, poco a poco retorna la faience y con ella la prosperidad al pueblo. A día de hoy, trece talleres trabajan en Moustiers produciendo diseños antiguos y contemporáneos con métodos tradicionales.
Isabelle Bondil, joven pintora y alfarera de Moustiers, me pide fotos de los bodegones con azucarero, cree que la pieza podría renacer de sus manos, y llegar a ser tan suya y tan mía como de Cezanne.