jueves, 11 de marzo de 2010

Petrarca sube al monte Ventoux, el más alto de Provenza, para contarlo y convertir su excursión en ascenso místico; la Sainte Victoire llega a la literatura de la mano de Walter Scott, en la novela Anna de Geierstein, el ejemplar Arthur contempla un atardecer desde la pequeña ermita de la Virgen encinta que hay en su cumbre : "...Las sombrías masas de nubes se aproximaban y extendiendose poco a poco sobre el horizonte, amenazaban con eclipsar completamente el sol, aunque el señor del cielo luchaba todavía para mantener su fuerza y, como un héroe agonizante, parecía más glorioso todavía en el instante mismo de su derrota..."
Era esta una imagen tan literaria como pictórica, heredera de la estética emocional que había promovido Edmund Burke con su libro de 1757... De lo bello y lo sublime, a partir del cual los artistas se tiran al monte en busca de apoteosis, abismos, moles y grutas. De Sierra Morena a los Alpes, pasando por los Apeninos lombardos, los vedutistas románticos llenan los salones de cuadritos con cimas y simas, amaneceres sombríos y radiantes puestas de sol.
La suave Provenza no parecía destino oportuno para buscadores de lo sublime, y la Sainte Victoire, aunque Scottiana, resultaba poco romántica por demasiado frecuentada, una montaña doméstica a la que acudía el pueblo en romerías dos veces al año, por San Ventura y por San Juán.
La Sainte Victoire era ya sin embargo una montaña de leyenda: Desde sus pliegues y rocas, el general romano Mario, había atacado y vencido por sorpresa a las tropas de teutones que dormían en el valle; cuentan que, tras la victoria que dió nombre a la montaña, despeñaron a más de trescientos barbaros por una boca inmensa tallada por la naturaleza en lo alto de sus rocas de granito, un tunel de más de cuarenta metros en vertical, por cuyo fondo inexplorado fluye en la oscuridad un torrente al que llaman El Garagai. Nadie ha visto al Garagai, pero todos en la zona han oido y oyen sus lejanos chapoteos y su rugido.
Hoy hemos rodeado la montaña. Salimos de Aix por la ruta de Vauvernagues, pasamos las gargantas del infernet y giramos hacia el sur por el bosque de la Gardiole hasta Pourrieres, cruzamos el puente del rio Arc y llegamos a Puyloubier para coger el camino del Tholonet en el que todas las vistas son un Cezanne. Borrachos de montaña y robles, nos vimos de nuevo en Aix en Provence y nos fuimos al cine.