sábado, 3 de julio de 2010

Llevo días emborrachándome de color y me siento tan saturada como un buen magenta.
"Los dibujantes pueden hacerse a fuerza de tesón pero los coloristas, lo son desde que nacen", decía Delacroix. Cezanne nació colorista y, ya desde sus titubeantes inicios con el óleo, en asuntos cromáticos se atrevía con todo, siempre sorprendía y nunca erraba.
Para apropiarme, sólo por un momento eterno sería suficiente, de la mirada de Cezanne, llevo días prendida en el technicolor que me envuelve. Cierro y abro los ojos cada poco para empezar a mirar otra vez, para vivir de recien llegada en cualquier puertoo en mi misma cocina. Hago por olvidar las leyes de la perspectiva y de la física, escruto a mi alrededor como si todo fuera un infinito rollo de papiro en movimiento que se despliega y oculta ante mis ojos.
Juego con la mirada, ahondo, agrupo, descubro entre la piel, los lazos y el vestido de la infanta Margarita de Velazquez - toda ella pastel-, la misma gama de colores lívidos que convierten en trágico al pavo desplumado de Goya. Corroboro, ante una rama, que no existe el gris, sino una densidad de matices sutiles que vienen a enriquecer el blanco difuso del hongo y el verde tímido de la vida; pierdo el sentido de la distancia cuando yuxtapongo las hojas de la hiquera a las ramas del olivo, o cuando alíneo el marrón, tostado, rojizo, de mi tazón de barro lleno de ciruelas moradas, con el marrón, dorado cremoso de la piel del libro de Salustio, ambos sobre sobre mi mesa que es un caos inaprensible de pinceladas cortas por las que entre huellas del tiempo y hendiduras, viaja la oscuridad de la noche, desde el negro al polvo.
.- ¿Podría usted, doctor, intervenirme los ojos para que pueda yo ver como Cezanne?. Ya lamento que le saliera tan mal la operación que le hizo a Jorge Luis Borges, secuelas imprevistas, lo comprendo, no se culpe, ya sabe que antes de aquel virús fatal postoperatorio, pudo estrenar sus ojos nuevos durante unos días: "Ví un poniente en Queretaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala" , dicen que dijo. Pagó un atardecer con la ceguera, y nunca le oyeron quejarse de usted.
Aquello de Queretaro debió ser lo que antes le decía yo, lo del momento eterno.