jueves, 23 de diciembre de 2010

Al comenzar el camino de montaña entre Orient y Santa María del Camí, tropezé con lo que resultó ser, a mis pies, la Montaigne Sainte Victoire. Entre Dios y ella, nos protegieron por los pedregales inestables y húmedos, por los resbaladizos descensos abruptos, nos guardaron de despeñarnos hacia los precipicios por los que no alcanzábamos a ver el fondo, solo escuchábamos el rumor del agua que corría, caía y tropezaba, como nosotros.