viernes, 4 de febrero de 2011

En el Kunstmuseum de Basilea, a su llegada a Pontoise, Cezanne se pierde por una carretera de campo llena de barro antes de subir la cuesta que le llevará hasta la casa del Doctor Gachet. Cansado de la montaña, gira la mirada sin dejar la banqueta y retrata el palomar de la casa de su hermana en Bellevue, consigue que el río corra imposiblemene recto bajo las fábricas de Gardanne. En Basilea, Cezanne pinta unos melocotones con las mismas flores lánguidas en vaso que se marchitaban en San Petersburgo ante nosotros, y retrata a Fortuné Marión que siempre me cayó divinamente.
El Kunstmuseum de Basilea es un poderío estético de piedra y roble, contiene una colección apabullante de Holbeins variados, hijos, nietos y sobrinos, un culo de marmol de Brancusi, suizos voluntariosos, Bocklins que tanto amé cuando confundía el arte con la literatura, oscuros Fusseli que me hacen pensar en los sueños de Goya, pequeñas escenas de Van der Hoost, revolucionarias por lo domésticas, bodegones del XVII, otro paisaje impecable de Ruysdael, modernazos del momento, y este Kranach que da la replica con nota a una de sus tantas Lucrezias imposibles.