viernes, 23 de abril de 2010

Entre 1870 y 1877 Cezanne pinta siete cuadritos narrativos francamente raros en los que se retrata como sujeto pasivo y reluctante frente a los intentos de seducción de mujeres voluptuosas y claramente fatales."El eterno femenino", de 43x 53 cm, hoy en el Musee d'Orsay de Paris, es el último de ellos. En una composición inverosimil, desmañada y confusa, nos muestra a una mujer blanca, rosada, rubia y tremenda que como el becerro de oro es adorada por multitud de hombres de toda edad y condición que le ofrecen sus mejores bienes y talentos. En el lateral derecho del cuadro, entre babeantes caballeros, músicos, millonarios y prelados, a la altura de la mujer desnuda, cercanísimo a ella, vemos a Paul Cezanne que pasa de su provocacíón y encanto, la ignora mientras se concentra en su trabajo de caballete, ajeno a la lujuria, la mirada fija en la lejana montaña Sainte Victoire que tiene a medio pintar( Se ve la emblemática silueta azul en el lienzo). Esta interpretación de indiferencia heróica frente a la tentación puede ser erronea, quizás, la escena sea otra y ocurra que también Cezanne le ofrece a la rubiaza lo que como todo artista más valora: su obra, y además la montaña. Esta segunda lectura es la mía porque me parece más Cezanne, más tierna y más graciosa.

Nota a Marina: ¡Qué monísimo y qué pequeño!.