jueves, 27 de mayo de 2010

A los bañistas de Cezanne, hombres o mujeres, se les llama bañistas porque van ligeros de ropa y están cerca del agua pero no parece que vengan de bañarse ni que les tiente zambullirse en un futuro próximo. Se les suele ver más bien apáticos, como sorprendidos por un fotógrafo oculto, mientras se mueven sonámbulos, absortos en sus soledades y juegos secretos, entretenidos en sus cosas. Cezanne pintó sus primeros bañistas en los años setenta y siguió, tozudo, con ellos hasta su muerte. Al principio recordaban torpes escenas bucólicas de los maestros italianos, al final ya no eran individuos, sino andamios vivos que utilizaba como pilares y vigas de paisajes que levantaban arquitecturas de catedrales.
Este joven de brazos extendidos, se repite en diferentes versiones. Esta es bastante temprana y parece por el rostro que retrata a Paul, el hijo del artista, hay algo ingénuo en él, un cuerpo adolescente que conmueve. El equilibrio que busca el cuadro es el mismo equilibrio al que juega el bañista de pies enormes al borde del terraplén que no vemos, sobre un mar que se yuxtapone al límite desvaido de la tierra y que se sabe sin embargo distante y benigno.
Jasper Johns es el propietario de una pequeña versión, posiblemente previa, de este cuadro, en ella el adolescente es otro, más adulto; conoce ya el sexo, su postura es casi la misma pero sus pies no caminan, ni él está jugando, sus brazos se descoyuntan, es un San Sebastian que se ofrece al martirio. Siento no disponer de una imagen de este´cuadrito que pertenece a Jasper Johns. El artista lo compró en 1989, porque le gustaba, supongo, y porque no estaba en venta este otro del niño, ni el gran Bañista del MOMA que de hecho era su favorito, una obra que reconoce clave en su formación como artista y de la que dijo : "tiene una cualidad sinestética que le da una gran sensualidad, consigue que mirar equivalga a tocar". En este Bañista, Cezanne,se atreve a secar el mar, presenta un personaje solitario que anda desnudo y concentrado en sí mismo, con un cuerpo asexuado e imposible, entre erráticas pinceladas y en medio de un desierto sin sentido.
Este bañista es imponente pero yo, la verdad, prefiero el otro, el del chico equilibrista, con juego propio. Aunque se apoya en un icono recurrente, intuyo en este cuadro el recuerdo feliz de un día de verano, Cezanne en L'Estaque con su hijo Paul al que quería mucho, sólos los dos al borde del mar.
Bañista con los brazos extendidos. 1877 - 78. 73 x 60 cm. París. Colección particular
El Bañista. c 1885. 127 x 97 cm. MOMA Nueva York