miércoles, 14 de julio de 2010

Por la mañana fui de nuevo al Museo Pushkin. He mirado el pequeño cuadro de los Bañistas de Cezanne durante veinte minutos, sin sacar conclusiones porque la realidad, como siempre, trasciende las apariencias y las hipótesis.
Por la tarde entré en el Metro por la estación de Teatralnaya, eran más de las ocho. Estas mujeres atendían sus tiendas anacrónicas en la galería comercial subterránea, llevan sin salir a la luz desde primeras horas de la mañana, venden sin interés corales, bisutería, paráguas, souvenirs, pañuelos típicos pero acrílicos y bolsos de imitación, hablan de sus cosas, la rubia acaba de agazaparse un minuto entre la mercancia para cambiarse de vestido, va a salir esta noche; después se sentó en una silla agrietada de sky para que la del chal en la cadera le ayudase con el maquillaje. Todas tienen carnes fláccidas y anormalmente pálidas, como flores mustias y envenenadas.
Los bañistas, las bañistas, las dependientas bajo las calles de Moscú.