martes, 8 de febrero de 2011
Despues de desayunar en el salón de té Sprigli, en Parade Platz, tomamos el tren para Baden, el trayecto no llega a la media hora. En Baden está el palacete de los Brown Sulzer que hoy es la Fundación Langmatt. No abren al público hasta principios de Marzo pero como son amables y generosos, hoy la abren para nosotros. Nos regalan su tiempo, el catálogo y un café en el invernadero frente a la fuente y el seto de boj podado en topiary, antes de irse precipitadamente a sus despachos porque tienen trabajo pendiente, nos recomiendan que estemos el tiempo que nos parezca necesario, y que cerremos la puerta al salir . Y allí nos vemos, en un milagro, en salones exquisitos con las persianas entrecerradas, a solas con los recuerdos ajenos, entre penumbras con el arte que se va iluminando poco a poco. Podemos acariciar con delicadeza los lienzos, el primer cuadro de Cezanne que se compró en Suiza, un bodegón barroco en el que las cerezas se funden con las flores de una tela provenzal arrugada en la mesa de madera, podemos seguir con la nariz las lineas de las diez bañistas que chapotean en el río Arc, entrar en el mar turquesa de L'estaque, sentir las pinceladas pastosas que redondean los titubeantes melocotones. Las salas están desordenadas, se diría que acaban de marcharse los propietarios porque ha estallado una revolución. Hay libros encuadernados en piel, esculturas orientales, muebles franceses y plata italiana, porcelana de Zurich, alfombras persas, y un piano en el que tocaba Clara Haskil durante sus temporadas en la casa como invitada de la familia; hay tambien Renoir y Corot, Pisarro, Gauguin, Van Gogh, Monet, Bonnard y Pisarro, Guardi, Delacroix y Canaletto. Más de una hora inmensa en casa de los Señores Brown, en silencio sobre las espesas alfombras, en trance místico entre las estufas de cerámica vidriada, entre los fantasmas y el gozo.