miércoles, 9 de marzo de 2011

A Sismondo Malatesta, señor de Rímini, Fano y Cesena, le conocemos por el retrato que de él, con flequillo de paje, encajes florentinos y ojos implacables, hizo Piero de la Francesca, y por alguna de sus barbaridades y sus gestas. Sus contemporáneos le llemaban "El lobo de Rímini". Malatesta era guerrero,  voltairiano avant la lettre y  poeta; Para   construirse un castillo a su medida, hizó tirar un barrio entero de Rímini, y para levantar  un templo que llevara su nombre, contrató a Leon Batista Alberti y le alentó a  utilizar como estructura un arco triunfal romano.  Cuando  vió los limpios muros renacentistas en ladrillo ajedreado, le entró como un picor, ahí   faltaba algo, y decidió forrarlo de marmol, para lo que  arrampló alegremente con todas las placas que hasta entonces cubrían las paredes  de la basilica de San Apolinar en Classe. Tuvo tres esposas, luchó contra los turcos,  protegió a artistas, fue amigo del duque de Urbino y enemigo del papa Pio II que  le declaró "canonizado en el infierno".  Malatesta murió con cincuenta y un años en 1468 y su castillo fue cayendo, refugio de viajeros por un tiempo, granero, y prisión hasta el año 1969. En los setenta comenzaron las obras para restaurar lo poco que quedaba de su nucleo central, y convertirlo en  el excelente centro  de exposiciones que he visitado hoy, día de sol y de mercado, antes de ir a pasear por el puerto y por el piccolo borgo donde nació Fellini. La exposición: "París, los años maravillosos. Dentro y fuera de los salones" complementa  y amplía la que vimos en San Marino. Es un derroche de buena selección y criterio, una mirada seria sobre aquellos años, más allá de las  pinceladas cortas o largas , las parrandas, los jardines y los colorines.  Entre los Boguereau, Corot, Bazille, Gerome, Ingres, Renoir, Degas , Caillebote, Pisarro, Henner, Millet, Boudin, Fantin Latour...  se incluyen cuatro cuadros de Cezanne, entre ellos el de Hortense Fiquet en sillón rojo con pompones, de 1878, propiedad del museo de Boston. Y un impecable, emocionante,  Van Gogh de 1888: La colina de Monmartre, que pintó en uno de sus  cortos periodos de equilibrio.  No voy de  iconoclasta, Dios me libre, pero pienso que si a  Van Gogh no le hubiera aquejado tanto esa locura que él tanto  temía,  sufría y  acabó matándole, habría sido un pintor mucho más grande, inmenso. Él lo sabía. Es paradójico y quizás papanático, que hoy se valoren más sus "cuadros de loco" que sus cuadros de Vincent Van Gogh, paradójico que su fuego del dolor interno se interprete hoy como espontánea alegria.
Por cierto, esta noche, bajó un angel a nuestro Ford Fiesta de alquiler y dejó mi cámara de fotos debajo del asiento del conductor. Mas que muy, muy agradecida, estoy despendolada de dicha.