Pedro Navarro, roncalés y corsario. Pirateó por el mediterráneo, y fue azote de barcos bajo cualquier bandera, Solo él se atrevía a abordar los navíos de la poderosa república de Venecia. El consejo del Dogo ordenó a su flota que le apresaran vivo o muerto en su refugio de Calabria pero trescientos hombres no consiguieron derribar su baluarte y tuvieron al fin que batirse en retirada con los barcos diezmados y la dignidad de la Serenísima menoscabada y sorprendida.
Experto artificiero, astuto estratega, conde de Olivetto por méritos própios. Cuando Pedro Navarro se aburría de ser corsario, luchaba para otros. Lo hizo con el gran capitán contra los turcos, y según los deseos del Cardenal Cisneros, supo tomar Orán. No contento con ser Capitán de Ventura, ejerció durante quince años como capitán general de los ejercitos de Castilla , bajo el ala de Fernando el Católico y, enfadado con el mismo rey porque éste se negó a pagar por él un rescate, fue también, durante los últimos doce años de su vida, capitán general de la armada francesa para Francisco I . Murió preso de los españoles en el Castillo del Uovo de Nápoles, era 1528 y él tenía 70 años. Algunas fuentes dicen que le mataron las secuelas de una peste que contrajo en Posilipo, pero muchas otras sospechan que fue el rey Fernando quien le mandó asesinar en secreto porque no sabía cómo deshacerse dignamente del navarro .
Mucho antes, el once de Abril de 1512, lideraba la infantería de la Santa Liga que luchaba en Ravenna contra las tropas francesas. El marques de Cardona, como aristócrata de familia, estaba al mando teórico de la operación, pero en un ataque de pánico, traicionó a sus hombres dándose por vencido antes de tiempo. Huyó con una facción de las tropas y dejó al ejercito sin retaguardia. Navarro siguió luchando aún cuando sabía que ya nadie le respaldaba, e hizo temblar la llanura padana con los estallidos de las bolas de pólvora que instalaba en largos túneles. De no ser por la deserción de Cardona habrían salido vencedores, y aún así, la victoria no estuvo clara, si bien se la adjudicaron los franceses, los de la liga contaron menos bajas. Pero qué importa el resultado de aquella batalla si no fuera por la muerte del caballero Gaston de Foix y porque Pedro Navarro, un enemigo de su talla, un amigo en el frente contrario, cayó también y allí le hicieron cautivo. Le apresó un jovensoldado, que inspeccionando el campo después de la batalla, no supo reconocer, bajo la capa espesa de polvo, pólvora, cansancio y sangre, al León de Garde, al salteador de los mares, sólo vió a un enemigo herido que se mantenía erguido mientras trataba de romper con sus manos la punta de una flecha francesa que le atravesaba el muslo.
Hace unos días veía un documental sobre Federico Fellini . El director hablaba de su infancia en Rímini, de su carrera, de su vida y no podía explicar qué le llevó a salir de su ciudad y de su entorno para embarcarse en su destino propio, decía "Solo se que desde niño yo sentía un anhelo. El mismo anhelo de algo indefinible que todavía siento y que me mantiene inquieto y en movimiento, a lo mejor es el deseo de convertirme en el verdadero Fellini".
Parece que el destino propio de Pedro Berterra, un muchacho hijo de campesinos del Valle del Roncal, se decidió en Sangüesa donde, a los veinte años, llevando hortalizas al mercado, conoció a unos mercaderes genoveses y sin pensarlo dos veces, se marchó con ellos a Italia. Tenía veintisiete, cuando, en una crónica de guerra, leemos su nombre, convertido ya en Pedro Navarro, entre las tropas florentinas que luchan contra el ejercito genoves. Todavía no había cumplido treinta años cuando nos dicen que se aventura en el corso bajo la protección de un tal Luis Centelles. Y luego, todo lo demás, su vida es anacrónicamente larga y fantasiosa, y libre.¿Qué anhelo sentiría el roncalés?.
Son envolventes, envidiables, estas biografías improbables, densísimas, que reflejan voluntades más altas que imperios.
Y aunque me se y me vivo mínima, falta de imaginación y de coraje, convencional y apocada pierdepartidas, aún así, a pesar de mis tiempos muertos, y de mis apegos, siento vértigo porque reconozco comparto, siento y sobre todo, sufro, ese anhelo difuso de un destino individual.